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miércoles, septiembre 13, 2006


La mirada eurocéntrica
Por José Pablo Feinmann
Diario Pàgina 12. Domingo, 03 de Septiembre de 2006
Los países de América latina han vivido sin dejar de sentir jamás la mirada del Otro, del más fuerte y hasta a veces, sin más, del Amo, en cualquiera de las formas en que este poder –el que constituye a un país en dominador de otro– se exprese. Hoy, y pareciera que con tanta o más fuerza que nunca, los republicanos y civilizados del Continente se preocupan al ver que varios países no hacen las cosas como deben ser hechas. ¿Qué significa esta expresión? ¿Qué significa decir “como deben ser hechas”? ¿Cómo deben ser hechas las cosas? Las oligarquías, los sectores dirigentes de América Latina, siempre tuvieron una visión lineal de la historia. La historia como tren. El tren de la historia. O nuestros países se subían a él o vegetaban fuera de ese tren, que era nada menos que el del devenir. Es decir, se convertían en países no históricos. O países sin historia. Si un europeo como Martin Heidegger pudo decir, en 1934, en un curso de Lógica, “los negros no tienen historia”, lo dijo por ese motivo: el Espíritu no anidaba en Africa. En Africa la historia no tenía lugar; todo lo que allí ocurría era naturaleza. De aquí que los dirigentes de nuestros países americanos se obstinen en verse presentables ante la mirada del Otro. El Otro es el Imperio de turno. Su marcha es la marcha del tren de la historia. Durante largas décadas todo se hizo en la Argentina para lograr la confianza británica, y hasta europea. Luego –hoy, por ejemplo– la mirada de Estados Unidos. Relaciones carnales, relaciones cheek to cheek, el Otro nos mira. Hay que alinearse. El alineamiento con Estados Unidos es central en la política del poder real en la Argentina de hoy. De aquí la furia y hasta las burlas sobre el Mercosur y la ponderación del ALCA como ese lugar en que el país debe estar.Es con el gobierno que surge en 1955 que nuestro país entra en el FMI, en un discurso que ofrece el ministro de Hacienda Eugenio Blanco. Este giro de la órbita británica a la órbita norteamericana relegó a Europa a un segundo lugar, lo cual era razonable pues Europa estaba malherida por la guerra. Pero antes América Latina estuvo atada al “tren de la historia” que Europa encarnaba. Europa, de este modo, miró a América Latina, y la miró como sólo Europa, llena de orgullo, de siglos de cultura, podía hacerlo: desde su punto de vista. Este punto de vista fue tan cerrado, fue tan colonialista en su desdén, que generó una ideología, a esa ideología se le llamó eurocentrismo. Quien la expresó impecablemente fue el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, en sus clases sobre la filosofía de la historia universal.La palabra de Hegel es la palabra de la Europa consciente de sí. Es la palabra en su más alta formulación. La palabra de toda una cultura que parte de los griegos y encuentra, como palabra de la razón, su cumbre en la filosofía de Hegel, en el Estado prusiano de Federico Guillermo III y en la Universidad de Berlín, en la que Hegel imparte sus clases. Sólo entendiendo el lugar desde el que las expresiones olímpicas de Hegel se pronuncian entenderemos la importancia de las mismas. La historia humana, para Hegel, es el desarrollo de un Espíritu absoluto que en su desarrollo va tomando conciencia de sí mismo. El lugar definitivo de esta conciencia es la filosofía de Hegel: en ella la humanidad toma conciencia de sí.De aquí la solemnidad pero también la ironía del maestro. El que habla desde las cumbres se lo puede permitir todo. Por ejemplo: otro, que no era Hegel, pero hablaba de la cumbre del más alto poder económico y bélico de la historia era Henry Kissinger. Este salto de Hegel a Kissinger quizá nos haya disminuido en el personaje que mira desdeñosamente a los pueblos de América: vale más Hegel que Kissinger. Pero Kissinger es, sin duda, más peligroso, más mortal. En 1969, en Viña del Mar, el canciller chileno Gabriel Valdés expuso los intereses de los países de América Latina. Estaba ahí Henry Kissinger, quien le dijo: “Usted acaba de pronunciar un discurso raro. Viene a hablar aquí de América Latina cuando eso no es importante. Nada importante podría venir del Sur. La historia jamás ha tenido lugar en el Sur (...) Lo que suceda en el Sur no es importante” (Arturo Chavola, La imagen de América Latina en el marxismo, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2005, p. 82). Esta frase de Kissinger (todos sabemos quién es Kissinger: es el Secretario de Defensa norteamericano que autorizó la matanza en Argentina pidiendo, solamente, que fuera “antes de Navidad”; es un criminal de guerra que tiene el Premio Nobel de la Paz y aún suele publicar sus notas en diarios de nuestro país, así es la historia), esta frase de Kissinger, decía, trascendió no literalmente, sino que tuvo una notable síntesis dada, sin duda, por quienes la escucharon y fueron trasmitiéndola por medio de sucesivas síntesis. Por fin, se redujo a decir lo siguiente: “América Latina puede hundirse en el mar que nada nuevo ni importante pasaría en el mundo”.Ya que estamos con el mar volvamos a Hegel. Ahí, desde su trono olímpico en la Universidad de Berlín, la más grande cabeza de la humanidad europea habrá de decir que no le niega al Nuevo Mundo haber salido de las aguas al mismo tiempo que el Viejo. “Sin embargo, el mar de las islas que se extiende entre América del Sur y Asia, revela cierta inmaturidad [se lució aquí José Gaos, inefable traductor de Hegel y Heidegger] por lo que toca también a su origen” (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Alianza, Madrid, 1995, p. 170). En suma, nos concede haber salido “de las aguas al tiempo de la creación” pero, de inmediato, señala la inmadurez de los territorios de por aquí nomás, donde todavía estamos nosotros: “La mayor parte de las islas se asientan sobre corales y están hechas de modo que más bien parecen cubrimiento de rocas surgidas recientemente de las profundidades marinas y ostentan el carácter de algo surgido hace poco tiempo” (Ibid., p. 170).Luego da Hegel su más sólida versión eurocéntrica. Esta versión se basa en que Europa, al expandirse, entrega a la historia los territorios que conquista, los cuales, claro, vivían fuera de ella antes de este acontecimiento fundante. La “conquista” de América “señaló la ruina de su cultura, de la cual conservamos noticias; pero se reducen a hacernos saber que se trataba de una cultura natural, que había de perecer tan pronto el espíritu se acercara a ella” (Ibid., p. 171). América por un lado: cultura natural, no espiritual; por tanto: cultura ajena a la historia y ajena, también, a la condición humana, cuyo más alto escalón, y el único que la justifica, es el espíritu. Por otro lado, Europa: que es el espíritu y cuyo acercamiento lleva a morir a las culturas nacionales; tal la potencia histórica del espíritu. “América (sigue Hegel) se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual. Los indígenas, desde el desembarco de los europeos, han ido pereciendo al soplo de la actividad europea” (Ibid., p. 171). Que nadie crea que estas frases son un desliz de Hegel o que nadie sonría como si estuviéramos en presencia de la faz “cavernícola” de un gran pensador. Esto es, sin más, lo que Europa pensaba de América en el primer tercio del siglo XIX. Hegel es, incluso, su portavoz más inteligente. Mejora las ya formuladas tesis de otros expertos en culturas “atrasadas” como Buffon, De Paw y hasta el mismísimo Herder. Nada distinto habrían de decir Auguste Comte o científicos posteriores que, basándose en las teorías evolucionistas y la clasificación de las especies desarrolladas por Linée, Cuvier y Darwin, demostrarían la supremacía europea sobre los territorios nuevos. En 1859 (veinticinco años después de las catilinarias de Hegel) habrá de fundarse –en París– la Sociedad de Antropología “y su fundador, Paul Broca, afirmaría que ningún pueblo de raza no blanca ha podido ‘erigirse espontáneamente en civilización’” (Chavolla, Ibid., p. 81).No hay que dejar de señalar el poder que tiene meramente “el soplo de la actividad” europea. Este “soplo” habría exterminado a siete millones de habitantes del nuevo continente. “Han sido (escribe, en efecto, Hegel) exterminados unos siete millones de hombres” (Ibid., p. 171). De donde es posible deducir que pocas cosas han sido más mortales para los territorios de la periferia del centro del mundo que recibir el espíritu y su soplo. La cifra de siete millones que da Hegel revela su desconocimiento y, acaso, su mala fe. El genocidio americano (que ha tenido poca o mala prensa) llevó sus cifras a cuarenta millones o más o menos; en la incertidumbre de las cifras reside el rostro más atroz del genocidio.Segunda parte (de no necesaria lectura) de esta nota: Algunos dirán por qué en una semana tan agitada del país uno se consagra a desarrollar la visión eurocéntrica sobre América. Bien, conjeturo que si Hegel, por algún milagro del traslado histórico, eso que suele llamarse máquina del tiempo, hubiese visto durante la semana que acaba de transcurrir las manifestaciones de Blumberg y D’Elía confirmaría todas sus tesis sobre estos territorios. Habría visto, por televisión, uno que otro testimonio de adherentes de Blumberg: “El problema de la inseguridad sólo lo arreglan los militares”, decían muchos. Y testimonios de los adherentes de D’Elía: “Y sí, yo vine porque me trajeron. Es muy divertido todo esto”. Habría visto, en la marcha de Blumberg, a los héroes del “soplo argentino”: viejos militares de la dictadura, unidos a sus viejos y a sus actuales socios económicos. Habría visto a ensayistas extraviados, y a propietarios de diarios del sur de la provincia de Buenos Aires que son lo peor de lo peor de la ya pésima derecha argentina. Habría visto, en la marcha de D’Elía, lo peor de la izquierda. ¿Nadie pudo frenar esa marcha? ¿No advirtió el Gobierno que Blumberg se quemaba solo, porque sólo los cavernícolas de este país y los mendicantes de votos habrían de seguirlo? En fin, afortunadamente América Latina y, todavía, nuestro país están más cerca de Pérez Esquivel que de ese paisaje de tristeza que marchó en turbio cambalache por las calles porteñas. Como sea, tratemos de no parecernos tanto a la pintura que Hegel hiciera de nosotros. Porque si él (y ellos: los que son como Kissinger) tienen razón, entonces sí: nos hundiremos en el mar.

La Guerra
Eduardo Galeano


Seré curioso. A mediados del año pasado, mientras esta guerra se estaba incubando, George W. Bush declaró que «debemos estar listos para atacar en cualquier oscuro rincón del mundo». Irak es, pues, un oscuro rincón del mundo. ¿Creerá Bush que la civilización nació en Texas y que sus compatriotas inventaron la escritura? ¿Nunca escuchó hablar de la biblioteca de Nínive, ni de la Torre de Babel, ni de los jardines colgantes de Babilonia? ¿No escuchó ni uno solo de los cuentos de Las mil y una noches de Bagdad?
¿Quién lo eligió presidente del planeta? A mí, nadie me llamó a votar en esas elecciones. ¿Y a ustedes?
¿Elegiríamos a un presidente sordo? ¿A un hombre incapaz de escuchar nada más que los ecos de su voz? ¿Sordo ante el trueno incesante de millones y millones de voces que en las calles del mundo están declarando la paz a la guerra?
Ni siquiera ha sido capaz de escuchar el cariñoso consejo de Günter Grass. El escritor alemán, comprendiendo que Bush tenía necesidad de demostrar algo muy importante ante su padre, le recomendó que consultara a un sicoanalista en lugar de bombardear Irak.
En 1898, el presidente William McKinley declaró que Dios le había dado la orden de quedarse con las islas Filipinas, para civilizar y cristianizar a sus habitantes. McKinley dijo que habló con Dios mientras caminaba, a medianoche, por los corredores de la Casa Blanca. Más de un siglo después, el presidente Bush asegura que Dios está de su lado en la conquista de Irak. ¿A qué hora y en qué lugar recibió la palabra divina?
¿Y por qué Dios habrá dado órdenes tan contradictorias a Bush y al Papa de Roma?
Se declara la guerra en nombre de la comunidad internacional, que está harta de guerras. Y, como de costumbre, se declara la guerra en nombre de la paz.
No es por el petróleo, dicen. Pero si Irak produjera rabanitos en lugar de petróleo, ¿a quién se le ocurriría invadir ese país?
Bush, Dick Cheney y la dulce Condoleezza Rice, ¿habrán renunciado realmente a sus altos empleos en la industria petrolera? ¿Por qué esta manía de Tony Blair contra el dictador iraquí? ¿No será porque hace 30 años Saddam Hussein nacionalizó la británica Irak Petroleum Company? ¿Cuántos pozos espera recibir José María Aznar en el próximo reparto?
La sociedad de consumo, borracha de petróleo, tiene pánico al síndrome de abstinencia. En Irak, el elixir negro es el menos costoso y, quizá, el más cuantioso.
En una manifestación pacifista, en Nueva York, un cartel pregunta: «¿Por qué el petróleo nuestro está bajo las arenas de ellos?».
Estados Unidos ha anunciado una larga ocupación militar, después de la victoria. Sus generales se harán cargo de establecer la democracia en Irak.
¿Será una democracia igual a la que regalaron a Haití, República Dominicana o Nicaragua? Ocuparon Haití durante 19 años y fundaron un poder militar que desembocó en la dictadura de François Duvalier. Ocuparon Dominicana durante nueve años y fundaron la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Ocuparon Nicaragua durante 21 años y fundaron la dictadura de la familia Somoza.
La dinastía de los Somoza, que los marines habían puesto en el trono, duró medio siglo, hasta que en 1979 fue barrida por la furia popular. Entonces, el presidente Ronald Reagan montó a caballo y se lanzó a salvar a su país amenazado por la revolución sandinista. Nicaragua, pobre entre los pobres, tenía, en total, cinco ascensores y una escalera mecánica, que no funcionaba. Pero Reagan denunciaba que Nicaragua era un peligro; y mientras él hablaba, la televisión mostraba un mapa de Estados Unidos tiñéndose de rojo desde el sur, para ilustrar la invasión inminente. El presidente Bush, ¿le copia los discursos que siembran el pánico? ¿Bush dice Irak donde Reagan decía Nicaragua?
Títulos de los diarios, en los días previos a la guerra: «Estados Unidos está pronto a resistir el ataque».
Récord de ventas de cintas aislantes, máscaras antigás, píldoras antirradiaciones... ¿Por qué tiene más miedo el verdugo que la víctima? ¿Solo por este clima de histeria colectiva? ¿O tiembla porque presiente las consecuencias de sus actos? ¿Y si el petróleo iraquí incendiara el mundo? ¿No será esta guerra la mejor vitamina que el terrorismo internacional está necesitando?
Nos dicen que Saddam Hussein alimenta a los fanáticos de Al Qaeda. ¿Un criadero de cuervos para que le arranquen los ojos? Los fundamentalistas islámicos lo odian. Es satánico un país donde se ven películas de Hollywood, muchos colegios enseñan inglés, la mayoría musulmana no impide que los cristianos anden con la cruz al pecho y no es muy raro ver mujeres con pantalones y blusas audaces.
No hubo ningún iraquí entre los terroristas que voltearon las torres de Nueva York. Casi todos eran de Arabia Saudita, el mejor cliente de Estados Unidos en el mundo. También es saudita Ben Laden, ese villano que los satélites persiguen mientras huye a caballo por el desierto, y que dice presente cada vez que Bush necesita sus servicios de ogro profesional.
¿Sabía usted que el presidente Dwight D. Eisenhower dijo, en 1953, que la «guerra preventiva» era un invento de Adolfo Hitler? Afirmó: «Francamente, yo no me tomaría en serio a nadie que me viniera a proponer una cosa semejante».
Estados Unidos es el país que más armas fabrica y vende en el mundo. Es, también, la única nación que ha arrojado bombas atómicas contra la población civil. Y siempre está, por tradición, en guerra contra alguien.
¿Quién amenaza la paz universal? ¿Irak?
¿Irak no respeta las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU)? ¿Las respeta Bush, que acaba de propinar la más espectacular patada a la legalidad internacional? ¿Las respeta Israel, país especializado en ignorarlas?
Irak ha desconocido 17 resoluciones de la ONU. Israel, 64. ¿Bombardeará Bush a su más fiel aliado?
Irak fue arrasado, en 1991, por la guerra de Bush padre, y hambreado por el bloqueo posterior. ¿Qué armas de destrucción masiva puede esconder este país masivamente destruido?
Israel, que desde 1967 usurpa tierras palestinas, cuenta con un arsenal de bombas atómicas que le garantizan la impunidad. Y Pakistán, otro fiel aliado que además es un notorio nido de terroristas, exhibe sus propias ojivas nucleares. Pero el enemigo es Irak, porque «podría tener» esas armas. Si las tuviera, como Corea del Norte proclama que las tiene, ¿se animarían a atacarlo?
¿Y las armas químicas y biológicas? ¿Quién vendió a Saddam Hussein las cepas para fabricar los gases venenosos que asfixiaron a los kurdos, y los helicópteros para arrojar esos gases? ¿Por qué Bush no muestra los recibos?
En aquellos años, guerra contra Irán, guerra contra los kurdos, ¿era Saddam menos dictador de lo que es ahora? Hasta Donald Rumsfeld lo visitaba en misión de amistad. ¿Por qué los kurdos son conmovedores ahora, y antes no? ¿Y por qué solo son conmovedores los kurdos de Irak, y no los kurdos mucho más numerosos que sacrificó Turquía?
Rumsfeld, actual secretario de Defensa, anuncia que su país usará «gases no letales» contra Irak. ¿Serán gases tan poco letales como esos que Vladimir Putin usó, el año pasado, en el teatro de Moscú, y que mataron a más de cien rehenes?
Durante unos cuantos días, Naciones Unidas cubrió con una cortina el Guernica de Picasso, para que esa desagradable escenografía no perturbara los toques de clarín de Colin Powell.
¿De qué tamaño será la cortina que esconderá la carnicería de Irak, según la censura total que el Pentágono ha impuesto a los corresponsales de guerra?
¿Adónde irán las almas de las víctimas iraquíes? Según el reverendo Billy Graham, asesor religioso del presidente Bush y agrimensor celestial, el paraíso es más bien chico: mide nada más que mil 500 millas cuadradas. Pocos serán los elegidos. Adivinanza: ¿Cuál será el país que ha comprado casi todas las entradas?
Y una pregunta final, que pido prestada a John Le Carré:
—¿Van a matar a mucha gente, papá?
—Nadie que conozcas, querido. Solo extranjeros.

viernes, septiembre 01, 2006


Esta foto fue tomada por Kevin Carter, y con ella ganó el premio pulitzer en 1994. Esperó cerca de 20 minutos porque quería que la toma fuera del buitre con las alas abiertas. Algunos meses después Carter se suicidó. Los motivos del suicidio de Carter tenían que ver con esta foto, sacada en la región de Ayod (en una pequeña aldea cerca de Sudán).
Carter declaró al recibir el premio por la que fue la foto más importante de su carrera:

“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a laniña”.